Esto es absolutamente verídico.
Fiestas. Toda la ciudad cortada. Tenía que recoger a un muerto a una casa que estaba en la otra punta de la ciudad. En la furgoneta tenemos que llevar, a parte de los sudarios y otras cosas, dos camillas. Una es rígida y es exactamente igual a la de una ambulancia. Tiene ruedas y es aparatosa. La otra es de aluminio y lleva una tela de cuero que se ata al sudario para poder mover al difunto con facilidad. No tiene ruedas y es pequeña.
Cuando llego a la casa y abro el furgón me encuentro que sólo esta la grande y aparatosa. La jodimos. No podía volver porque ya era demasiado tarde y los familiares querían deshacerse del cuerpo ya. El comercial sudando como un cerdo y yo viéndome en la cola del INEM. Le pregunto:
-¿Cómo es el ascensor?
-¿Cómo que cómo es el ascensor?
-Joder, que si es pequeño o es grande.
-Ah!, grande, grande.
-Pues vamos para allá.
Si grande es lo que se dice a sí mismo cuando se la mira por las mañanas, tiene sentido, pero eso tenía de grande lo que yo de santo. Entramos con la camilla de ruedas y la pusimos en vertical dentro del ascensor. El problema principal estriba en no poder atar el muerto a la camilla, ya que no solemos tener cuerdas a mano como si estuviéramos cargando la baca del coche. El muerto se iba a caer al suelo y se iba a romper la cabeza delante de los familiares. Y eso no es bueno para el negocio.
Total, metemos el muerto en la bolsa, lo ponemos en la camilla y nos vamos para el ascensor. Los familiares llorando en la puerta. Y el comercial intentando que cierren la puerta de casa.
-¿Qué hago? –me pregunta el colostomía. (ya hablaré de él)
-Pues ponerlo en vertical.
Fue sólo un segundo. Justo en el momento que se cerró la puerta yo me agarré a la camilla por delante para que no se cayera el cuerpo. Y aunque estaba en el sudario, su cabeza se apoyó en mi hombro hasta que llegó al entresuelo.
Fue precioso. Sólo faltaba la música.